(Especial: La Vìa Campesina 17abril2014) Este año dedicamos el 17 de abril, día internacional de las luchas campesinas, a la defensa de las semillas. Las semillas son una base esencial para la soberanía alimentaria porque de ellas depende casi todo en torno a la alimentación: No sólo lo que sembramos, sino también cómo lo sembramos; la calidad y nutrición de nuestros alimentos; los sabores y gustos para nuestras comidas y culturas; y además el bienestar de los pueblos, los ecosistemas y el planeta.
En este artículo explicamos por qué esto
significa no tanto una defensa de las semillas como tal, sino en
especial la defensa de las semillas campesinas—es decir, semillas que
permanecen en manos de los y las campesinas del mundo. También damos a
conocer algunos ejemplos de cómo estamos enfrentando esta lucha desde
las organizaciones en los 73 países que formamos La Vía Campesina.
Las semillas en la agricultura son
distintas a las que existen en la naturaleza que no ha sido cultivada.
Hasta hace varios miles de años la enorme diversidad de variedades
campesinas de arroz, papas, coles o cebada no existía como tal. La
riqueza en la que se basan hoy en día los alimentos es parte de los
conocimientos y prácticas, visión y necesidades de las comunidades
campesinas de todo el mundo que las crearon a lo largo del tiempo.
Sin embargo las semillas en la
agricultura no son una creación permanente. A cada ciclo de vida, sus
cualidades dependen de su interacción con quienes las reproducen. Por
ejemplo, en su desarrollo, el maíz fue reflejando las necesidades de los
distintos pueblos mesoamericanos—los distintos climas en los valles,
costas o montañas; los distintos gustos en la cocina y también las
distintas cualidades de los suelos, ricos o pobres, rocosos o húmedos.
Lo mismo sucedió en el medio oriente con el trigo y la cebada, y de
manera similar con todos los demás cultivos.
Esta forma de reproducir las semillas de
acuerdo con las necesidades locales se mantuvo a través de los
milenios. Aunque fue deformada por el colonialismo Europeo que impuso
plantaciones de monocultivos en muchas partes del mundo para producir
mercancías mundiales como el cacao, el café o el azúcar, este sistema
campesino no cambió radicalmente sino
hasta principios del siglo XX. En ese momento empezó a dominar una
visión de una agricultura industrializada que transformó los sistemas
alimentarios de todo el mundo.
Las Semillas de la Agricultura Industrial
Todos asociamos la
agroindustria con los agroquímicos (plaguicidas, herbicidas,
fertilizantes), los tractores y maquinaria, la producción de alimentos
que son trasladados miles de kilómetros en contenedores sin
aparentemente deteriorarse, las frutas y verduras de apariencia
altamente homogénea, las grandes extensiones de monocultivos, y más
recientemente, los transgénicos. Pero, ¿tenemos claridad de que todos
esto sería imposible si la industria no hubiera transformado las
semillas?
Ya en la primera
mitad del siglo XX las semillas empezaron a ser transformadas en los
laboratorios y campos experimentales para que la agricultura industrial
pudiera realizarse. Esta transformación era necesaria puesto que los
cultivos campesinos presentaban muchos problemas desde el punto de vista
de la industrialización de los alimentos: En sus características
físicas y en el tiempo para madurar no eran homogéneas y por lo tanto no
podían ser cosechadas con maquinaria. Tampoco toleraban cantidades
altas de fertilizantes artificiales.
Las variaciones en sabores,
tamaños, y sustancias contenidas en las múltiples variedades de
alimentos cultivados por los y las campesinas estorbaban a quienes
querían producir productos estándar y homogéneos.
Para que la
industria de alimentos se desarrollara hubo que transformar a las
semillas campesinas y la enorme diversidad que impedía la heterogeneidad
y estandarización. Desde los años 1930 en Estados Unidos y la
pos-guerra en Europa, esto se llevó a cabo mediante transformaciones
científicas como las semillas ‘híbridas’ o también propiciando
mutaciones a través de irradiación o químicos. Muchos gobiernos apoyaron
este trabajo de desarrollar variedades supuestamente ‘mejoradas’ bajo
el ideal de ‘modernizar’ a sus países. Así mismo, la industria fue poco a
poco cabildeando a favor de leyes que restringieron, desincentivaron y
en ciertos países Europeos, incluso prohibieron directamente el uso de
las semillas campesinas. Todo esto fue acompañado de un paradigma
cultural en el que la creciente población urbana empezó a creer que
únicamente los alimentos industriales podrían llegar a tener los
rendimientos necesarios para ‘alimentar al mundo’ mediante una
‘Revolución Verde’ en el que las semillas ‘mejoradas’ fueron centrales.
Sin embargo, nada
de esto es cierto. Hoy en día observamos en los campos las ruinas de
este supuesto mejoramiento: La pérdida de los suelos por los
agroquímicos y maquinaria; la contaminación por el transporte y
empaquetado de la comida industrial; la pérdida de sabor y nutrición a
cambio de comidas fáciles de guardar, transportar y preparar (comida
rápida y chatarra); la pérdida de la diversidad de cultivos por falta de
su uso; y la pérdida de una fuente laboral para millones de campesinos
empobrecidos y vueltos dependientes de los mercados y sus caprichos,
entre otros. Detrás de esta forma de producir lo que comemos están las
semillas industriales que lo hicieron posible, y si queremos enfrentar
este sistema nocivo necesitamos defender nuestras semillas campesinas.
La Situación Actual que Enfrentamos las y los Campesinos
Hoy en día, para
recuperar el uso de nuestras semillas, las y los campesinos enfrentamos
muchos retos. Las comunidades que buscan recuperar lo que ellas mismas
crearon a lo largo de miles de años enfrentan un sinfín de nuevas leyes y
reglamentos que les prohíben utilizarlas, favoreciendo las
industriales. Además, enfrentan la agresión por el uso de transgénicos,
otro tipo más reciente de semillas industriales que pueden arruinar
nuestra salud y ecosistemas de forma irreversible. Aquí nombramos
algunos de estas agresiones.
Una vez transformadas en semillas industriales, las compañías que invirtieron
muchos recursos y décadas de investigación en transformarlas buscan
crear monopolios para ser dueños de estas semillas, venderlas y que
otros no lo hagan. La privatización de las semillas, ya prevaleciente en
los países del Norte, ahora está llegando con fuerza a los países del
Sur. Existen dos sistemas en el mundo que garantizan la propiedad
privada sobre las semillas: Por una parte están las patentes que
consideran las semillas industriales como ‘invenciones’ y por lo tanto
prohíben su uso o venta a otros durante 20 años permitiendo su uso sólo
mediante el pago de regalías. Por otra parte están las protecciones a
variedades de plantas, sobre todo a través del sistema UPOV, institución
internacional que garantiza un derecho privado a los que desarrollan
nuevas variedades, hoy en día también prohibiendo no solo su
comercialización pero también las exportaciones y dando permiso a las
empresas de destruir cultivos de semillas que consideran ilícitas. Una
variedad de semilla también puede estar protegida por los dos sistemas.
Estos derechos de
propiedad privada sobre las semillas tienen un impacto fuerte en la vida
y quehacer de los campesinos y campesinas. Por ejemplo, en Europa los
nuevos reglamentos han llevado a la criminalización de los campesinos
que reutilizan sus semillas. En Alemania, está prohibido resembrar
algunos cultivos como papas o cereales y las compañías de semillas han
hecho todo lo posible por tratar de forzar a los campesinos a declarar
qué semillas usan, intimidándolos con procesos jurídicos si no divulgan
esta información. En Francia, existen leyes similares y hasta los
productores de variedades de trigo para pan deben pagar regalías cuando
venden sus cosechas.
Como sucede en
muchos casos, estas leyes que ya se aplicaron en Europa llegan a los
países del Sur a través del marco legal de acuerdos de libre comercio.
Por ejemplo, en Colombia Los tratados de libre comercio firmados por
este país con la Unión Europea y los Estados Unidos crearon monopolios
para las compañías de semillas. Esto significa que si los campesinos
reutilizan las semillas que compraron, o aún si simplemente no registran
sus variedades nativas, son criminalizados. En 2011, el gobierno
Colombiano confiscó y destruyó 70 toneladas de semillas de arroz. Sólo
tras una movilización masiva en 2013, en la que las organizaciones
campesinas, apoyadas por trabajadores del transporte, minería y
estudiantes bloquearon la capital, el gobierno Colombiano anunció que se
suspendía durante dos años la ley que criminalizaba que los campesinos y
campesinas utilizaran sus semillas. Sin embargo, esta suspensión,
aunque buena, no ha sido acompañada de un proceso legal que cancele como
tal la ley que permite que las semillas campesinas se consideren
ilegales.
Este fuerte avance
de las leyes de semillas a los países del Sur es preocupante y avanza a
gran velocidad en continentes en los que la industria tiene
relativamente pocas ganancias dado que aún se utilizan muchas semillas
campesinas, como es el caso de África. Dado que en África existe aún una
gran cantidad de campesinos (dos terceras partes de la población en
África Subsahariana) y que la ‘Revolución Verde’ del siglo XX tuvo poco
impacto en este continente, esta parte del mundo es vista por la
industria como una nueva frontera a la que pueden abrir sus mercados.
Al mismo tiempo que
las nuevas leyes llegan al continente Africano para imponer las
semillas industriales, las mismas son presentadas como un beneficio, un
avance, y de parte de los gobiernos, hasta como un deber para resolver
los problemas del campo en esos países. Para esto, las compañías de
semillas no actúan solas sino que son apoyadas por grupos de
‘desarrollo’ como la Nueva Alianza para la Seguridad Alimentaria y la Nutrición promovida por el G8 o por fundaciones
como la de Bill y Melinda Gates, promotores de ‘Alianza para la
Revolución Verde en África’, cuyo primer enfoque consiste en “proveer
África con mejores semillas”, de acuerdo con su página web. Como
siempre, se trata de difundir la idea que los campesinos necesitan que
la tecnología los rescate. Lo que no dicen es que los problemas para los
y las campesinas en África y en muchas otras partes tienen más que ver
con las importaciones baratas de alimentos subsidiados de Europa y
Estados Unidos han quebrado los mercados locales y nacionales.
Recientemente, África también queda en
la mira del avance de las semillas transgénicas, sobre todo cuando éstas
son cada vez más rechazadas en los centros del negocio de las compañías
semilleras como Europa. Los transgénicos son cultivos que han sido
manipulados por la industria pero de una forma que es diferente a los
cambios llevados a cabo en el Siglo XX. Son resultado de manipular a las
plantas con técnicas que rompen con los procesos con los que las
plantas evolucionaron a través de cientos de millones de años. Para
producirlos, no se fertilizan las flores, sino que se modifican las
células con técnicas complejas en los laboratorios. Hoy en día existen
numerosas investigaciones que demuestran cambios dañinos en la salud de
las plantas, animales y ecosistemas por el uso o consumo de
transgénicos. Sin embargo, en África programas que supuestamente buscan
ayudar a los campesinos como el de Maíz de Uso Eficiente de Agua para
África está forzando la entrada de variedades de maíz y algodón
transgénico. Los transgénicos se encuentran en fase experimental en
Kenia, Uganda, Tanzania y Mozambique, y ya son permitidos en Sudan,
Egipto, Burkina Faso y África del Sur.
Al contrario de lo que las compañías
difunden en los medios, los transgénicos no dan mayores rendimientos y
hasta se han vuelto conocidos por crear más problemas de plagas y
malezas de los que supuestamente deben solucionar. Los negocios que
están a favor de los transgénicos y quieren demostrar que los
transgénicos pueden interesar a los campesinos dan el ejemplo del ‘arroz
dorado’ (aún no comercializado) que contiene niveles más altos de beta
caroteno, una sustancia que necesita el cuerpo humano para producir
vitamina A. Pero ¿por qué buscar este tipo de falsas soluciones a los
problemas de pobreza en las áreas rurales?Los campesinos somos capaces
de garantizar nuestra alimentación y la de los pueblos que alimentamos
siempre y cuando sigamos teniendo acceso a la tierra, al agua y a
nuestras semillas que seleccionamos de acuerdo con las necesidades
locales.
Defendiendo Nuestras Semillas Campesinas— Hacia el Futuro
La Vía Campesina está formada por 164
organizaciones en 73 países del mundo. A lo largo del movimiento la
defensa de las semillas campesinas es clave para nuestro trabajo y se va
realizando de distintas maneras y en diversos espacios. Las defendemos
en nuestros campos al sembrarlas, seleccionarlas e intercambiarlas año
tras año. Luchamos por ellas en protestas en las calles y en talleres y
escuelas de formación. También hemos participado en instituciones
nacionales e internacionales donde reclamamos que nuestras voces se
escuchen y se respeten.
Las semillas
campesinas las cuidamos de tan distintas maneras como somos distintos
los y las campesinas y nuestras culturas. En muchos casos son
seleccionadas y guardadas por las familias. En otros, se acostumbra
hacerlo de forma comunitaria, seleccionando y intercambiando entre
varios. Distintas organizaciones en la Vía Campesina han incluso formado
cooperativas que manejan cantidades grandes de semillas. Este es el
caso de la OESTEBIO, una cooperativa del Movimiento de Pequeños
Agricultores (MPA) de Brasil. Las mujeres desempeñan un trabajo
importante en todo el mundo cuidando las semillas, desde las mujeres de
la Confederación Latinoamericana de Organizaciones del Campo, CLOC,
hasta la Asociación Coreana de Mujeres Campesinas, KWPA. Los movimientos
que reúne la Vía Campesina también cooperamos entre si para apoyarnos.
Por ejemplo, la MPA en Brasil lleva a cabo un intercambio solidario con
los campesinos de la UNAC, la Unión Nacional de Campesinos en
Mozambique, compartiendo solidariamente sus experiencias preservando las
semillas campesinas hasta África. Estas y varias otras experiencias de
la Vía Campesina en la Defensa de las semillas han sido recopiladas en
una publicación llamada Nuestras Semillas, Nuestro Futuro.
En la Vía Campesina
también participamos en espacios institucionales para exigir que se
respete el Derecho de los Agricultores a sembrar, guardar, reutilizar y
compartir las semillas. Este derecho está reconocido por el Tratado de
Semilla de la ONU. Sin embargo, es un derecho que queda sujeto a que lo
permitan las leyes nacionales. Por esto hemos denunciado que tratados
como este utilicen el lenguaje floreado del respeto a los Derechos de
los Agricultores al mismo tiempo que estos no son aplicados en los
países que firmaron el tratado. Denunciamos que hasta ahora estos
tratados hayan servido para que la industria tenga mejor acceso a las
colecciones públicas de semillas, colecciones donde están almacenadas
las semillas de nuestros abuelos y abuelas. Mientras reconocemos que
puede ser útil preservar las semillas en estas colecciones públicas,
subrayamos que el lugar más importante es en los campos de los y las
campesinas. Es ahí que las semillas se pueden adaptar año tras año a
nuevas necesidades de nuestros pueblos o a nuevas condiciones climáticas
que se presentan con mayor frecuencia.
La lucha por las semillas campesinas es
una lucha importante. Como ya describimos aquí, de las semillas depende
casi todo lo demás en la agricultura. La industrialización del campo
dependió de que la industria de semillas haya podido transformar la
producción y consumo de acuerdo a una visión basada en mercados
internacionales en las que pocas empresas transnacionales controlan lo
que sembramos y comemos. Estas encabezan una agresión a las comunidades
campesinas cuyas formas de vida y sustento son negadas, alegando que
sólo las semillas industriales pueden rendir más, ofrecer alimentos
confiables, que ellas siempre tienen la respuesta para el hambre, la
sequía, o las plagas.
Sin embargo nosotros sabemos, junto con
millones de aliados en todo el mundo, que esto no es así. En todo el
mundo, los pueblos en el campo y el la ciudad rechazamos la
privatización de algo tan esencial en la vida de los pueblos y de todo
el planeta. Sabemos que con semillas campesinas podemos alimentar a
todos de acuerdo con las necesidades de los pueblos. Sabemos que con
ellas podemos dejar de desperdiciar energía, producir sin agroquímicos y
sin petróleo. Sabemos que con la capacidad de adaptación en los campos
tenemos las mejores posibilidades de enfrentar el cambio climático.
Las semillas las vamos a seguir
defendiendo en nuestros campos y comunidades, en las calles, en las
instituciones y en nuestras organizaciones. No reconocemos las leyes que
las privatizan y las destruyen. Seguiremos luchando por acabar con
estas ‘Leyes Monsanto’ y también contra los transgénicos. Para alcanzar
la soberanía alimentaria, las semillas deben permanecer en manos de los y
las campesinas del mundo. ¡Globalicemos la lucha! ¡Globalicemos la
esperanza!
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